sábado, 30 de enero de 1993

Las texturas de la liberación

La última liberación ha sido muy peculiar. No sólo han participado los habituales miembros del FLEJ-Ribera Alta del Ebro, también, un numeroso grupo de enanos, liberados por Augusto Polifemo se han juntado en calidad de cómplices y juglares, haciendo de la noche del 29 al 30 de septiembre una sinfonía de anécdotas que ya se están guardando en lo más profundo los inconscientes y las almas de granito. La historia la cuentan sus protagonistas, no queremos meter los labios en palabras que no son nuestras.
Adelantamos la foto de los recién llegados a Alcuzcuz y a la colonia sin nombre

Testimonio de E. Cuadrado, miembro y traductor del FLEJ-Ribera Alta del Ebro:
Cuando recibimos la carta de Augusto Polifemo empezamos a sentir algo en nuestros estómagos que no podíamos definir muy bien. La sangre es la sangre y eso no se puede explicar. Adjunto mi traducción aunque se pierden muchas figuras expresivas porque el español, como todo el mundo sabe, es un coro de gigantes.
Queridos compañeros del fleje:
Hace tiempo que Leticia de los Dolores y yo nos dedicamos a la horticultura. Me entristecen mucho los chispazos de los carabineros [al secuestrar a Manitou, n. Del traductor]. ¿Peyote, guerra? ¿Peyote? Los haremos temblar como cajas de cartón gracias a nuestros cultivos, debemos reclutar más compañeros [juego de palabras intraducible n.d.t.]... seremos inmortales, venceremos porque, además, tengo una hoz. Leticia hará de intermediaria en el Politburó, no miento. Cuando ganemos, tendremos orgasmos sin pronunciar la “r”.
Saludos cordiales.
Augusto Polifemo.
Así que, después de leerla, nos pusimos a liberar enanitos para que sean felices y todos juntos crear el Frente de Liberación de Manitou.

Testimonio de Górgoro Angustias:

Yo estaba en mi jardín y llovía. Me acordaba de los pobres caracoles que salen a refrescarse y acaban siendo aplastados por las suelas de burgueses que sacan a los perros a pasear. Ya estaba pensando en tomarme un antidepresivo –es que mi vida, desde que salí del útero de la fábrica estaba repleta de angustias– cuando, de repente, oí unos cantos. Luego, vi unos gorros picudos y unas sombras y me quedé bloqueado en medio de mareos amarillos mientras un tipo que olía a césped recién cortado pero no recién lavado me acunaba en sus brazos saltando la tapia de mi cárcel y metiéndome en el maletero de un coche con siete enanitos más. Todos se pusieron a bailar y me reí por primera vez en mi vida, ahora no paro de hacerlo.
Górgoro Angustias ha aprendido a saludar recientemente

Testimonio de Abilio:

La única alegría que tenía en el jardín de mis secuestradores era mi regadera (¡Lo que se puede llegar a hacer con una regadera con una setita estampada!) El caso es que estaba, como siempre, haciendo lo de siempre en una noche de siempre en la que los secuestradores siempre van a los bares de siempre con la gente de siempre tan poco decente. Alguien saltó la valla, haciendo sonar la alarma. Yo intenté advertirle (porque era una alarma silenciosa y porque el tipo me cayó bien con sus patillas de elefante) pero me cogió en brazos y salimos de la casa. Cuando estábamos fuera un taxi vino con mis secuestradores. Salimos corriendo (bueno, yo en sus brazos) por un descampado. Hasta allí nos persiguió mi secuestrador, alzándose sobre un terraplén como el mono ese que sale en las películas que lanza berridos desde un edificio muy alto. Luego, fuimos a una urbanización a escondernos mientras tomábamos un baño en una piscina, desnudos, cómo no.

Abilio y la perversidad de su regadera


Testimonio de Augusto Polifemo:

Si ya lo decía yo. Esto es la guerra.

Testimonio de Perfectly:

Perfectly.

1 comentario:

  1. Bueno, eh, hola, eh, soy, eh, el... bueno, sí, el... enano, sí, el que se quedó pegado a la moqueta del maletero, mientras me aplastaba una maceta... y... eh, bueno, eh... que yo también tengo un testimonio.
    Las rocas. Desgastado. Cabalmente hacia los cierzos de la cascada Gándara, panflemo, tu chapa de escriba, les postres snífula, de la cual es chapa el metal incrustado en las grietas. De las rocas. De la roca y ese péndulo. Verminis en la bolsita de la limpieza aquella. Dorada. Dorita. Verde con polencito suave, cremoso cual erizo susurrón y blandito, y el sabor de las hojas verdes. Los buñuelos y pantuflos serpentean rugosos y escaldados las siempre sinuosas y repentinas serpientes sempiternas. El termo humea del citrón de la taza y el humo se estanca y surca la luz a bofetadas y con temple de templanza, como pista de pistacho. El sabor del pistacho, el crujido del cenicero y el tacto violento, erótico y perturbador del bastoncillo que se te incrusta y hace presión hasta que vuelas y escapas, y acabas en el mar, entre pececillos, y te burlas del bastoncillo. La libertad no entiende de sabihondos, ni de la orquesta vecinal de los robles.

    Oh Canela Greeningi

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