lunes, 1 de agosto de 1994

Enanos y epístolas III - Vad gör du?

-¿Al puto hotel de los húngaros o al puto hostal de los españoles? Las dos opciones (u occiones) son un asco.
-Este país se despega del varillaje del abanico, si te das cuenta. Primero, ceden los bordes. Luego, se llena todo de polvo. Al final ni se reconocen las juntas y ya no hay quien se abanique. Y todo por culpa del país.
-Sí, pero si vamos a la esquina, es mejor que si no vamos, ¿o si no fuéramos sería peor que si fuésemos al otro sitio y no enfrente del canal?
-Además, al caminar no sólo se desgastan las suelas, también se desgasta la pasiflora, que llegará por fin al buzón. Tendría que haberlo mandado por certificado; esta incertidumbre es peor que ir a mirarte al espejo y no ver más que un trozo de moqueta roñosa.

 Yo.

-Este tren es un robo. ¿Nos colamos? ¿Vamos arriba? ¿Vamos a ver el otro piso? ¿Llamamos a este número?
-Conjuga las dos mentes, conjúgate y deja de hablar contigo mismo.
-Vale... pues no hay manera. Nada de nada. Es imposible realizarse en esta ciudad sin la cartera a rebosar de billetes, tarjetas de crédito y papelitos firmados por alguna corbata que oprime tres calculadoras donde, se supone, tendría que haber un cuello con unas venas que acaban en el corazón. De cualquier manera, la presión craneal es la misma. Todo el mundo se fija en mi gorrito rojo sin comprender que la piel, la madera y el metal, desde la última involución industrial, es exactamente lo mismo. Necesito que llegue la carta. Si no llega, cojo un avión y me voy a la colonia-jardín, que aquí, al menos, nadie es patriota.

-Guillermo Bellahøj

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